Durante 25 años compartieron la vida, el amor y la política. Él a nadie quiso más que a Encarnación. Ella fue ladera y aliada incondicional de Juan Manuel. Tuvieron tres hijos y criaron uno más, adoptado. La muerte prematura de Encarnación los separó y él la sobrevivió 40 años.
El historiador Vicente Fidel López describía a Juan Manuel de Rosas como un macho alto, hercúleo, de semblante rubio, ojos azules y hermosa figura, que tenía un ‘no sé qué’, que avasallaba. Los unitarios decían que Encarnación Ezcurra era una hembra parda, fea y de facciones viriles, apodándola incluso “la mulata Toribia”, en alusión a una cuchillera de la época acusada de matar a varios hombres.
Pero por debajo del odio y de la historia, también de las víctimas y de los victimarios, corría un amor apasionado e incondicional. Una historia que convirtió a Juan Manuel y Encarnación en protagonistas insoslayables de la Argentina en disputa, esa que empezó a nacer apenas se apagaron los sones de la Revolución de Mayo.
Una historia que a la par de colectiva es de a dos, de dos “almas gemelas”, acorde al romanticismo que reinaba en la época. Lucio V. Mancilla, dirá: “La encarnación de aquellas dos almas fue completa. A nadie quizás amó tanto Rosas como a su mujer, ni nadie creyó tanto en él como ella”. Pero en el amor, tal vez más que en la política, los buenos no siempre ganan ni las pasiones alcanzan para cambiarlo todo.
Es que Juan Manuel, que por donde camina a saltos esta historia ya tenía 20 años, y Encarnación, que en los salones no le daban más de los 18 que tenía, se enamoraron de una vez y para siempre. Aún sin considerar que aquel muchacho que había mostrado valor y heroismo en la resistencia a las invasiones inglesas de 1806 y 1807, que mandaba con carisma implacable en campos propios y ajenos, ese muchacho, decíamos, debería enfrentar la voluntad de su madre.
Pero Juan Manuel y Encarnación tenían un plan, como plan tuvieron para casi todo lo que ocurrió después en Buenos Aires, como plan tuvieron en la vida que finalmente llevaron juntos hasta los umbrales mismos de la muerte.
Una carta “olvidada” por ahí
Doña Agustina Josefa Teresa López de Osorio era una mujer de caracter fuerte. Eufemismo para designar autoritario, rígido, implacable. En 1789 se casó con León Ortiz de Rosas, un oficial español que estuvo demasiado tiempo cautivo de los indios. Gobernó las estancias de la familia manteniendo a raya a peones, gauchos e indios. Tuvo diez hijos, el segundo de ellos Juan Manuel, con quien desde un comienzo mantuvo una relación conflictiva.
Cuando Juan Manuel le dijo a mamá Agustina que se había enamorado de Encarnación (integrante de la alta sociedad porteña, para escándalo de los unitarios) y que se casarían inmediatamente, ella ni siquiera levantó la vista de lo que estaba haciendo. “Ni lo sueñes”, sentenció.
La negativa materna era imposible de torcer para quien algunos años después se convertiría en un caudillo fuerte y al que no le temblaba el pulso en un país que todavía buscaba una forma de organización y un lugar en el mundo.
El carisma y la voz de mando de Juan Manuel no alcanzaban con su madre. Entonces, la flamante pareja tuvo una idea brillante, que escandalizaría a la pacatería de la época. El joven Rosas "olvidó" una carta de Encarnación sobre una mesa, donde ella le confesaba que estaba embarazada.
Como nada escapaba al control de mamá Agustina está tomó la carta y la leyó. Así comprendió que saber demasiado puede tener consecuencias indeseadas: volvió sobre sus pasos y consentió el matrimonio de su hijo.
Juan Manuel y Encarnación se casaron el 16 de marzo de 1813 y el “embarazo” fue uno de los más largos de la historia. Finalmente, tuvieron tres hijos: Juan Bustista (quien nacería 14 meses después de la amañada carta); María de la Encarnación (quien falleció el día después de nacer); y Manuelita Robustiana (cuya actividad política junto a su padre la convertirá en la heredera política de su madre).
Además, Juan Manuel y Encarnación adoptaron (y criaron como propio hasta los trece años) al recién nacido Pedro Pablo Rosas y Belgrano, hijo de Manuel Belgrano y su amante, María Josefa Ezcurra, hermana de Encarnación, que lo acompañó en la campaña con el Ejército del Norte.
Ni los años ni los nietos aflojaron a mamá Agustina, quien mantuvo una relación tensa con su segundo hijo. Juan Manuel dejó la casa de sus padres dando un sonoro portazo, abandonó la administración de las estancias de la familia y modificó su apellido. Ya no sería Ortiz de Rozas. Se llamaría, simplemente, Rosas.