Nombres, letras e imágenes del rock se entretejen –de Los Redondos a Federico Moura– en torno de la Masacre del Pabellón Siete del penal de Villa Devoto, perpetrada por guardiacárceles el 14 de marzo de 1978 y disfrazada de motín gracias a los medios cómplices. Entonces, oficialmente se habló de 64 muertos mientras que sobrevivientes denuncian que fueron más de un centenar.
La primera imagen –que habla– ya es bandera de lucha y de memoria. Firmada por Rocambole, emblemático autor de las tapas de los Redondos, la ilustración nos guía a reconstruir los hechos: Hugo Cardozo, sobreviviente de la masacre, había contactado al artista para pedirle ayuda con la divulgación del caso y este, conmovido, le regaló el dibujo que finalmente sería portada de “Masacre en el Pabellón Séptimo”, un vasto trabajo de investigación al respecto publicado por Claudia Cesaroni.
No es nuevo: infierno y arte se conectan para testimoniar las cuentas pendientes que la dictadura sigue teniendo con la sociedad argentina. En este caso, el falso motín –un ataque en banda por parte de fuerzas especiales contra presos acorralados en el pabellón– involucra hermandades, canciones, amigos y músicos muertos a causa de un crimen que se suma tantos de los que nunca debieron suceder, pero siempre hace falta recordar.
Unos cierran puertas y otros las abren. La segunda imagen –que grita– es el Indio Solari al frente de una de sus multitudinarias misas: Mendoza, 14 de septiembre de 2013. Lo escuchan 120.000 personas, pero el cantante no canta: durante veinticinco segundos (una eternidad en tamaña escena) arenga, invita, persuade, convence de buscar, comprar y leer ese pequeño gran libro hecho a pulmón donde se detalla el crimen de Estado cometido en dictadura y en una cárcel; allí donde la impunidad no podía ser mayor y los carceleros desataban, cebados, su orgía de sangre.
Aquella voz del Indio fue el comienzo de una reparación. “A partir de ahí explotó todo, al poco tiempo me presenté en el juzgado de Comodoro Py como primer querellante en el despacho del juez Daniel Rafecas para iniciar acciones judiciales”, recordará el testigo sobreviviente Hugo Cardozo. Algo similar le ocurrirá, en cuanto a la repercusión de sus páginas, a Cesaroni, la autora del libro.
Y tras la arenga, la canción: “Pabellón Séptimo (relato de Horacio)”. El paréntesis refiere a otro ex-detenido y sobreviviente cuyo testimonio nutrió a Solari que lo llevó, reconvertido a su primer disco solista, en modo de proclama sonora y viva: “¡Pobrecito! ¡Pobre el Cebolla! / No pudo más, se degolló por miedo/ Nadie es capaz, no pueden borrar mis recuerdos/ Nadie es capaz de matarte en mi alma”.
El Cebolla era Pablo Menta, uno de los presos muertos en el incendio provocado por los guardias. Pablo había caído por minucias de consumo y su historia la recopila Elías Neuman en otro libro –que también leyó el Indio– sobre el episodio: “Crónica de muertes silenciadas”. Quien le cuenta todo a Neuman es Horacio, compañero de causa de Menta.
En “Recuerdos que mienten un poco”, sus memorias dialogadas con Marcelo Figueras, el propio Solari lo explica: “Neuman era el abogado tanto del Horacio como del Pablo, de los que hablo en la canción. El Cebolla existió. Lo que cuento fue tal cual, los presos se asomaban por las ventanas porque no tenían otro modo de respirar entre el humo, y los guardiacárceles aprovechaban esa circunstancia para balearlos incluso desde afuera del penal”.
Un sueño con Luis María La tercera imagen nos lleva bien atrás, al pogo más grande del mundo: ese donde miles saltan, no siempre sabiendo lo que el Indio canta, pero llevados por la sapiencia eléctrica de su pulso, como un mantra rabioso. Fue ya hace treinta años, y a diez de la masacre: “Un sueño con Luis María/ muerto cuando me decía/ Cada día veo menos/ cada día veo menos/ creo, menos mal". Luis María Canosa, amigo personal del Indio, también asesinado en la masacre, cantaba en la banda platense Dulcemembriyo, cuyo bajista era nada menos que Federico Moura. Los tres, como se sabe, eran oriundos de la ciudad de las diagonales y resultaron hermanados, precisamente, en el arte de hacer canciones. Esa amistad poco divulgada revela, a su vez, que los antagonismos entre bandas sólo existen en la cabeza de quienes entienden el fútbol pero no la música.
Hay una cuarta imagen que nos lleva todavía más atrás en el tiempo. La de la reconstrucción. La de los recuerdos en blanco y negro. La de atar cabos y componer un rompecabezas injusto, difícil de entender. La foto pide remontarse a la música entre 1967 y 1976; a cuando esos chicos platenses, que el rock unió y la muerte separó, parecían sin embargo inmortales. Eran tiempos de performances en el Teatro Lozano de la capital bonaerense, donde participaban, además del Indio, Rocambole, la Negra Poli, Skay, su hermano Guillermo Beilinson, el propio Luis María Canosa y tantos otros. Ninguno imaginaba la noche de plomo que esperaba al país a la vuelta de la esquina.
Fijate de qué lado de la mecha estás. La quinta imagen es sórdida y nos pone frente a la masacre, a imaginar esas horas previas de Luis María y del Cebolla, entre otros tantos pibes devorados por el humo y las llamas, sin oportunidad, sin voz, sin nadie que cantara, entonces, por ellos.
Hay una sexta imagen, pero está vacía: es un fundido a negro donde, acaso, ingrese algo de luz cuando las remisas sentencias se dicten y reviertan algo de lo injusto. Es el eslabón faltante, el silencio mismo ante la masacre consumada, aun sin condena, sin castigo ni reparación. La sexta imagen corresponde, en definitiva, y antes de la tragedia a la deuda pendiente que el Estado tiene con los familiares. Antes de recaer en el séptimo círculo, que es el infierno del Dante y el de los represores por excelencia. Antes de volver a sufrir el séptimo otra vez, corresponde resolver algo en los estrados.
Por la memoria de los más de ochenta asesinados en el Pabellón Séptimo: para que sea revelada la foto hoy velada. Para que otro caso que no debió ocurrir supere el olvido imperdonable; porque esto también es parte de lo que debemos recordarnos hasta que la verdad y la Justicia iluminen. Y seguir recordando para apagar a los carceleros de hoy, a los reivindicadores grises y tenaces del terror institucional. Telam