Hará un siglo atrás, Fray Roque Chielli supo internarse en la espesura tórrida de aquella zona, por Pichanal, a cumplir con su vocación de evangelizar. Encontró Chiriguanos y otras comunidades originarias que vivían todavía al modo precolombino y que ya eran explotados por el blanco que los usaba a fuerza de látigo para la zafra a cambio de monedas o mercaderías que los propios ingenios le “vendían” con vales y “dinero” propio de la factoría.
Fray Roque contaba de las veces que tuvo que sacarse el sayal franciscano y desnuda su espalda interponerse al castigo desafiando a los capataces: “Pegame a mí”. A su muerte dejó un poblado, calles, escuela, centro de salud, infraestructura de servicios, sembró cristianismo, cultura y Patria: Los chiriguanos cantaban el Himno Nacional Argentino en su lengua originaria y saludaban a la Bandera Nacional. Los había “argentinizado” sin invadir ni privarlos de su cultura ancestral. Hoy los hay profesionales, incluso.
Ni siquiera el peronismo en su apogeo pudo cambiar aquella situación de explotación por parte de los ingenios y de los acudían a la zona para aprovecharse de la mano de obra barata de sus artesanías en fibra vegetal y palo santo que les adquirían a cambio de yerba, azúcar y tabaco, para luego venderlas a precios “turísticos” en la Capital o enviarlas a Buenos Aires.
Más adelante, allá por los años sesenta del siglo pasado, bajo el gobierno de Ricardo J. Spangerberg, se había tomado la iniciativa de ir en pos de aquellas comunidades aborígenes formando ADECOA (Asociación para el Desarrollo de las Comunidades Aborígenes), que presidía Ubén Arancibia, por entonces jesuita y formaban parte los franciscanos y los anglicanos que trabajaban con matacos y tobas, principalmente.
Los esfuerzos de aquellos religiosos y del Estado no eran suficientes para generarles una vida mejor; de hecho, la corrupción ya estaba presente entonces cuando los tanques de combustible que enviaba el gobierno para los motores de luz y agua terminaban cruzando la frontera por el Pilcomayo en Bolivia. Nada es nuevo bajo el sol.
Pero por lo menos en aquellos años esas comunidades tenían su hábitat, su medio ambiente a pleno que les otorgaba una calidad de vida a la usanza de su cultura. Los matacos con su red en el río pescaban lo necesario y cazaban. La farmacopea herbolaria los curaba y el monte les proporcionaba comida y abrigo. Hoy tampoco tienen eso porque sus bosques han sido devastados y muchos de ellos desarraigados y obligados a vivir en precarias viviendas, lejos de hasta el más elemental servicio que los haga sentir que pertenecen a una sociedad civilizada.
Los gobiernos sucesivos mantuvieron ese status quo en la zona, favoreciendo el asentamiento de grandes terratenientes y de empresas que explotaron inmisericordemente los recursos naturales, mientras los criollos, mestizos y originarios iban siendo arrinconados y sumando necesidades.
Si bien nadie puede girar la cabeza para echarle la culpa al anterior porque hacia atrás todos son responsables del estado de postergación de esas comunidades, le cabe un grado mayor en el gravamen al anterior gobierno de Juan Manuel Urtubey porque fue el suyo el gobierno que recibió un importe de U$S 220 millones –casi la mitad de la deuda de la provincia de Salta hoy- para generar infraestructura en esa zona que hoy continua careciendo de todo. Además, creó el Ministerio de la Primera Infancia y puso en práctica tres Planes dirigidos a la alimentación, contratando a la Fundación Conin del Dr. Abel Albino, todo resumido en el fracaso más rotundo. Hoy esa región es el escenario de las muertes y devastación social que emerge en cifras escalofriantes.
Bien es cierto que a la actual Administración de Gustavo Sáenz no se le puede facturar ni las muertes ni las carencias; tampoco exigirle soluciones inmediatas para una situación que llevará décadas morigerar. Pero precisamente, para cambiar esa realidad es ahora cuando hace falta una determinación política de fondo porque eso no será la obra de un gobierno solo, sino un trabajo conjunto donde se convoquen a especialistas de todas las áreas: médicos, sanitaristas, empresarios, comunicadores, porque además de recursos hay que llevar cultura y educación.
A la fecha no se hallan nombres destacados en esta emergencia, por el contrario, se observa la continuidad de elementos que tuvieron ya responsabilidades públicas en la anterior gestión y nóveles funcionarios que hasta ahora no se han destacado ni por la velocidad ni por la claridad de pensamiento. O no saben comunicar lo que están haciendo, o simplemente no saben.
La provincia de Salta tiene ya una hipoteca social en esa región, porque no sólo se trata de detener muertes y de mejorar la salud, sino de alimentar y de educar para el mañana. Porque la desnutrición causas estragos irreversibles en el cerebro. Hoy, lamentablemente, ya hay allí argentinos que no podrán desarrollarse en grado de competitividad para el mundo que ya se inició.
Políticas de Estado de profundo cauce son necesarias de elaborar y poner en práctica ahora mismo, porque pozos de agua, motores y equipos del Ejército Argentino, asistencia médica, sanitaria y social, si no están enderezadas en el marco de un programa a veinte años mínimo, serán nada más que una curita para una herida social que continuará sangrando.
Ernesto Bisceglia