Días pasados, con motivo de cumplirse 10 años del fallecimiento de Néstor Kirchner, me pidieron una opinión sobre cómo consideraba que había sido su gestión de gobierno, pero preferí no hacerlo, ya que me pareció que no era el momento oportuno para hablar de esos temas. Ahora, y ya pasado algunos días de ese aniversario, quiero reafirmar lo que he expresado en innumerables oportunidades: creo que llegó la hora de dejar de hacer balances de las diferentes gestiones de gobiernos, ya que la responsabilidad de haber convertido lo que alguna vez fue un verdadero Edén en un basurero, ya sea por acción u omisión, es responsabilidad de todos los que hemos gobernado durante los últimos 37 años.
Seguramente será la historia la que otorgue cuotas de responsabilidad a los que participamos en estos años de permanente decadencia.
De acuerdo a un informe de 2018 realizado por la Universidad del Siglo 21 de Córdoba: «el 80% de los argentinos no cree en los políticos y solo 1 de cada 10 personas le da credibilidad a las instituciones gubernamentales». En una misma línea, hace pocos días Alejandro Catterberg, director de Poliarquía, reconoció: «Estamos ante una sociedad cansada, golpeada, con tres años seguidos de recesión con alta inflación. Y predomina el pesimismo. Ante mayor pobreza, mayor desigualdad, más violencia, más protestas en las calles, el reclamo puede transformarse en un ‘que se vayan todos'».
Observando esta realidad, ¿no habrá llegado la hora de dejar de pelearnos?
Hace unos meses escribí en otro artículo: «La pelea está en el centro, en el corazón del drama latinoamericano. Sus consecuencias son terribles: se pierden de vista los objetivos generales, la visión del mundo real se obnubila, las facciones en lucha se colocan por encima de los intereses populares. Parece fatal, pero sin dudas no lo es. Las cosas podrían ser muy diferentes si primaran el sentido común sobre la insensatez y el pensamiento solidario frente a la pequeñez egoísta de las egolatrías».
«El ejemplo europeo es iluminador al respecto. Pueblos enfrentados en guerras ancestrales y recientes, con 100 millones de muertos, contando el holocausto, se unieron para enterrar ese pasado de enfrentamientos y sellar la paz que permitiera el desarrollo armónico de los países y los pueblos. Así, Europa se alzó sobre sus ruinas y se reconstruyó en Estados donde la convivencia y el bienestar son el común denominador».
Es ahí cuando me pregunto: ¿Por qué no es posible capitalizar la experiencia europea? ¿Qué más debe pasarnos para entender la imprescindible necesidad de lograr la unidad nacional?
La sociedad elige a su dirigencia para que se ocupe del futuro, que como bien sabemos no existe, sino que es un proceso de construcción colectiva. Lo bueno o lo malo para las futuras generaciones será producto de lo bueno, regular o malo que decidamos hoy.
Volviendo al inicio del artículo, no hay duda de que de los fracasos del pasado somos responsables todos los dirigentes.
Ahora bien, si lo que no existe es el futuro, entonces habrá llegado la hora de que trabajemos juntos, porque hay momentos en la vida de la República en la que se nos necesita a todos unidos y tirando hacia un mismo lado.
Y estoy convencido de que ese momento es hoy. Y para lograrlo necesitamos: de una gran coalición legislativa que indefectiblemente trabaje para sancionar las leyes de transparencia y anticorrupción; acordar políticas de Estado que recuperen el orden y el control, ambas imprescindibles para gobernar; y sobre todo que se apoyen en la comunidad productiva.
Hoy como ayer empresarios y trabajadores son la base para la reconstrucción nacional. Nuestra amada Argentina nos espera, no faltemos juntos a la cita.
Por: Eduardo Duhalde para diario La Nacion