Los sacerdotes jesuitas Javier Campos y Joaquín Mora murieron asesinados a sangre fría por un sicario cuando intentaban proteger a un guía turístico que buscó refugio en su parroquia. Tenían 79 y 81 años. El guia también fue abatido.
Su funeral ha tenido lugar en la misma iglesia de la localidad de Cerocahui, en las montañas del estado de Chihuahua, en la que perecieron; y ante sus feligreses, que han llorado por aquellos que conocían como el padre Gallo y el padre Morita.
El Alto comisionado de la ONU para los Derechos Humano y organizaciones civiles han condenado la muerte de los dos sacerdotes. El papa Francisco también ha expresado su tristeza y consternación.
La ceremonia ha discurrido entre importantes medidas de seguridad pues esta zona, en la sierra de Chihuahua, es escenario de disputas entre cárteles del narcotráfico por ser una ruta de trasiego de drogas hacia Estados Unidos.
El presunto asesino, José Noriel Portillo, apodado El Chueco, buscado también por el asesinato de un turista estadounidense en 2018, todavía no ha sido capturado. Una treintena de sacerdotes han sido asesinados en la última década en México, siete de ellos durante la administración del presidente López Obrador. Todo esto en el marco de una ola de violencia en el país, marcada por más 33 000 homicidios en lo que va de año.