Juan Domingo Perón, fundador del movimiento de masas que marcó un parteaguas en la historia argentina del Siglo XX, moría hace 50 años en ejercicio de la presidencia, y, con su partida, el país se quedaba huérfano de liderazgo ante una creciente espiral de violencia política que preanunciaba el terrorismo de Estado.
Perón eligió volver definitivamente al país el 20 de junio de 1973, pero lo que debía ser una fiesta popular que iba a celebrarse en las inmediaciones del Aeropuerto de Ezeiza se convirtió en una tragedia. Sectores de izquierda y derecha del peronismo se enfrentaron con armas de fuego en una jornada que dejó un saldo impreciso de muertos y heridos. Esos hechos determinaron la renuncia de Héctor Cámpora a la presidencia tras 49 días de gobierno, y el llamado adelantado a elecciones en la cuales el viejo caudillo se presentó secundado de su mujer, María Estela Martínez de Perón, conocida popularmente como Isabel.
El 23 de septiembre, el líder del justicialismo se consagró presidente por tercera vez con el 62 por ciento de los votos, en tanto que la fórmula del radicalismo que integraban Ricardo Balbín y Fernando De La Rúa obtenía menos del 21 por ciento de los votos. Sin embargo, la confrontación entre los sectores ortodoxos y la tendencia revolucionaria del peronismo prosiguieron y se convirtieron en una constante a partir del segundo semestre de 1973. La banda parapolicial Tripe A (Alianza Anticomunista Argentina), bajo el amparo del ministro de Bienestar Social, José López Rega, inició una campaña de persecución y asesinatos contra dirigentes y personalidades identificadas con posturas de izquierda.
En este contexto, el sacerdote Carlos Mugica, un religioso comprometido con la opción por los pobres, caía asesinado en el barrio de Villa Luro y se convertía en una de las víctimas emblemáticas de la Triple A. Unos días antes de ese crimen, el 1 de mayo, durante una concentración en Plaza de Mayo, Perón llamó “imberbes y estúpidos” a los Montoneros, que se retiraron en medio del discurso del líder.
En materia económica, y bajo la conducción de José Ber Gelbard, el gobierno lanzó una política de precios máximos y un pacto social con el que buscó contener la inflación. Si bien Gelbard alcanzó ese objetivo en los primeros meses de su gestión, el contexto internacional de la crisis del petróleo conspiró contra el éxito de su proyecto económico.
En mayo se registró una inflación del 3 por ciento; había desabastecimiento de algunos productos de la canasta básica y, ante este panorama, Perón decidió dirigirse a la población por cadena nacional de radio y TV, en el mediodía del 12 de junio. “Siempre que la economía está creciendo y se mejoran los ingresos del pueblo aparece el mercado negro. El gobierno no puede estar cuidando el bolsillo de los zonzos que le hacen el juego a los especuladores. Si el esfuerzo que hacemos es inútil, no titubearé en dejar este lugar para que lo ocupe otro”, señaló el mandatario. La CGT decretó un paro en respaldo al presidente y en cuestión de horas la Plaza de Mayo estaba llena, y en ese escenario, Perón pronunció su último discurso. “Ni los especuladores ni los aprovechadores de todo podrán, en esta circunstancia, medrar con la desgracia del pueblo”, remarcó el líder ante la multitud de trabajadores. Y cerró su discurso con una frase que quedó marcada a fuego en la memoria popular: “Llevo en mis oídos la más maravillosa música que es la palabra del pueblo argentino”. Al día siguiente, algún diario tituló una nota sobre esa concentración con un concepto que pasó a la historia: “Mi único heredero es el pueblo”. Sin embargo, Perón nunca pronunció esas palabras, al menos en ese acto.
Un día después de hablar en Plaza de Mayo, el viejo general viajó a Paraguay con el propósito de visitar al presidente Alfredo Stroessner, y allí, mientras realizaba actividades protocolares bajo una fuerte llovizna, contrajo una broncopatía infecciosa. A los 78 años, Perón padecía problemas cardíacos que acarreaba desde su estadía en España, donde en 1971 había sufrido un infarto debido a una obstrucción arterial. La afección pulmonar que lo enfermó en esos días no hizo más que agravar el cuadro cardíaco que padecía. Por eso, los médicos Pedro Cossio y Jorge Taiana -conocedores de los antecedentes clínicos del presidente- le recomendaron que guardara reposo absoluto en la residencia de Olivos. El 20 de junio -un año después de los sucesos de Ezeiza-, el cuadro clínico del paciente se agrava.
Pero López Rega e Isabel prefieren informar que el conductor dem movimiento justicialista padece “un fuerte estado gripal”, sin brindar mayores precisiones. Cossio y Taiana le recomiendan a Perón que deje su cargo y “se tome un largo descaso en un lugar templado y seco”, pero el líder, aun con la poca salud que le quedaba, desoye los consejos.
El sábado 29, en horas del mediodía debe delegar el mando en Isabel, y aunque los partes de prensa hablan sobre una supuesta mejoría, lo cierto es que su estado se agravaba. En la mañana del lunes 1 de julio, Perón recibe la extremaunción de parte del sacerdote Héctor Ponzio en Olivos, y las 10.25 experimenta un paro cardíaco del que es reanimado por los médicos. Mientras los médicos atienden a Perón en su lecho, López Rega toma de los tobillos al paciente y exclama: “Faraón, siempre le di mis energías, volvamos como antes”.
Dos horas después, el hombre que había sido electo en tres ocasiones presidente constitucional de Argentina experimenta otra crisis. En esa especie de sala de terapia intensiva que se había montado en la residencia presidencial, el equipo de facultativos que atiende a Perón intenta reanimarlo durante una hora, pero no lo consigue.
A las 13.15, Cossio y Taiana, junto con los doctores Domingo Liotta y Pedro Vázquez, firman el certificado de defunción, en el cual se consigna que el paciente muere a causa de “una cardiopatía isquémica crónica con insuficiencia cardíaca”. “Ha muerto un apóstol de la paz y la no violencia”, anuncia con voz entrecortada por televisión Isabel, la mujer que desde ese pasaría a gobernar el país. El cuerpo del general es trasladado a la Catedral Metropolitana en la mañana del 2, y en horas de la tarde es conducido en una cureña hasta el Congreso nacional. “La muerte de Perón vino a interrumpir un proceso de diálogo que iniciamos con él después del 1 de mayo y que se profundizó después del 12, cuando él dio su último discurso en la Plaza”, señaló Dante Gullo, antiguo dirigente de la Juventud Peronista en una entrevista que le concedió a la agencia Télam.
Y en ese sentido, el dirigente peronista, ya fallecido, recordaba: “Luego, cuando nos quedamos sin Perón, (José) López Rega e Isabel toman otro camino. Profundizan la persecución sobre nosotros con la Triple A y ya no hubo vuelta atrás”.
Bajo una fuerte lluvia, cerca de 150 mil personas desfilaron frente al féretro del líder y otro millón se quedó sin la posibilidad de despedirlo. La congoja popular ante la pérdida del hombre que había concedido derechos sociales y ciudadanos a los trabajadores argentinos era enorme, tanto como la incertidumbre que provocaba el vacío político que dejaba con su ausencia en una Argentina en la cual la violencia política anticipaba la tragedia del terrorismo de Estado que asolaría el país tras el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976.
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